- Escrito por Miguel Hernández Girón
- Publicado en Novela
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Franz Liszt en la obra de Haruki Murakami
Como se comentó en el artículo previo ("La música como herramienta para cambiar la vida de los seres humanos en Haruki Murakami") la presencia de la música en la obra de Haruki Murakami es fundamental. En la novela "Al sur de la frontera, al oeste del sol" hay otra referencia musical, en este caso al compositor Franz Liszt.
Franz Liszt en 1886
La transformación y la contradicción
En un pasaje, Hajime, el personaje principal, recuerda:
De toda la colección de discos, mi preferido era el de los conciertos de piano de Liszt. El primero en una cara, el segundo en la otra. Las razones por las que me gustaba eran dos: que la funda del disco era preciosa; y que no conocía a nadie — exceptuando, por supuesto, a Shimamoto— que hubiera escuchado esos conciertos. Esto me producía una auténtica emoción. Yo conocía un mundo que los demás ignoraban. Sólo a mí me estaba permitido el acceso a un jardín secreto. Para mí, escuchar a Liszt representaba acceder a un plano superior de la existencia humana. Además, era una música muy bella. Al principio, la encontraba exagerada, artificiosa y me sonaba un poco inconexa. Pero conforme la iba escuchando empezó a adquirir cohesión dentro de mi conciencia, al igual que va definiéndose poco a poco una imagen borrosa. Cuando escuchaba concentrado y con los ojos cerrados, podía ver cómo, del eco de esa música, nacían diversas espirales. Surgía una espiral y, de esa espiral, surgía otra distinta. Y la segunda espiral se entrelazaba con una tercera. Y esas espirales, vistas por supuesto con los ojos del presente, poseían una cualidad conceptual y abstracta. Lo que yo deseaba, más que nada en el mundo, era poder hablarle a Shimamoto de la existencia de esas espirales. Pero no era algo que pudiera contarse a otra persona con las palabras que yo usaba por entonces. Para expresarme con propiedad hubiera necesitado un lenguaje muy distinto, desconocido. Y ni siquiera sabía si lo que sentía era digno de ser expresado con palabras.
Esas espirales que describe Hajime, si escuchamos con atención están ahí en el concierto de Franz Liszt. Es el tema de la transformación y de la contradicción. Liszt y Hajime, son contradictorios en sus acciones, Hajime, por ejemplo, a pesar de 12 pasar gratos momentos con Shimamoto decide nunca más volver a verla, nunca más volver a su casa a escuchar música.
Las contradicciones religiosas de Liszt
Liszt por su parte era un hombre de contradicciones, muchas de las cuales sirvieron durante un largo tiempo para oscurecer su verdadera importancia. En el momento culminante de su carrera como concertista de piano, se retiró de repente de la vida pública. Tenía treinta y siete años. Irónicamente, su retiro se produjo justo en el momento en el que los trenes empezaron a hacer más fácil la vida del artista en gira. Sin embargo, Liszt nunca volvió a tocar en público. Continuó enseñando a los alumnos de piano, disfrutando en particular cuando se trataba de mujeres jóvenes que venían a aprender con él, pero ya no aceptó ninguna remuneración más por su enseñanza. Se consagró a la composición, la que había descuidado durante la década precedente.
Pero quizá la mayor contradicción de todas las de Liszt fue su creciente compromiso con la religión. En 1865 recibió las órdenes menores de la Iglesia Católica Romana y se convirtió en clérigo. Compuso un buen número de obras religiosas. En 1879 fue designado Canónigo de Albano, lo cual le daba derecho a usar sotana. Sus sentimientos religiosos no interfirieron con sus continuos asuntos del corazón. Quizá su deseo de ser sacerdote (recibió cuatro de los siete grados) fue sólo un ejemplo más de posturas ante el público, pero sus sentimientos religiosos eran muy genuinos.
La existencia vacía de Hajime
Hajime, enamorado de Shimamoto, decide emprender su vida, una vida acorde con la que vivían otros jóvenes de su época. Hajime lleva una vida exterior, la que le permite vivir, pero una existencia vacía que no le permite realizarse como ser humano. Eso es lo que se percibe en el curso de esta novela. Lo que hace que Hajime recuerde con tanta nitidez el concierto de Liszt es porque es una obra abierta, llena de brío y virtuosismo, muy diferente al segundo concierto que es más íntimo y más personal que muestra el aspecto subjetivo de la personalidad compleja de Liszt. El tema de la apertura a el Primer Concierto, por ejemplo, aparece a todo lo largo de la obra en muchas formas y por lo tanto evita que la pieza se vaya por las ramas.
Un tema básico se reitera a todo lo largo de una obra, pero sufre constantes transformaciones y disfraces y se lo hace aparecer en diferentes papeles contrastantes; incluso puede ir en aumento o en disminución, o en un ritmo diferente, o incluso con armonías diferentes; pero sirve siempre al propósito estructural de unidad dentro de la variedad. La técnica fue de importancia suprema para Liszt, interesado como estaba en las formas "cíclicas" y en el problema de envolver en uno solo a varios movimientos. El resultado puede llamarse forma autogeneradora -las posibilidades de transformación de un tema dado determinan el carácter de las secciones posteriores. La transformación temática se emplaza entre los modos de acercamiento tradicionales de desarrollo y la variación. Es cercana a lo que Schoenberg llamó "variación perpetua".
Así como Hajime pretende llenar los vacíos de su existencia a partir de la música, también los silencios están presentes en ese proceso. En "Al sur de la frontera, al oeste del sol" aparecen cuando Hajime está con Shimamoto o con Yukiko, son comprimidos en la música a bajo volumen de Handel, Mozart, Vivaldi o Telemann. La música aquí es una especie de puente que comunica emociones o que también impide la comunicación de las mismas. En la siguiente secuencia de la novela se puede apreciar lo anterior:
Hajime y Shimamoto llegan al aeropuerto luego de haber ido fuera de la ciudad, a la montaña, donde ella le confiesa que tuvo una hija que murió a los pocos días de nacer. Sus cenizas las vierten en un río.
1) De regreso al apartamento de ella Hajime pregunta:
¿De verdad puedes volver sola? Asintió sonriendo.Hasta que, en Gaien, bajé por la calle principal, apenas dijimos nada. En el coche sonaba a bajo volumen un concierto para órgano de Haendel. Shimamoto tenía los ojos clavados fuera y ambas manos posadas sobre los muslos, una junto a la otra. Era domingo por la noche y en los coches se veían familias que volvían de pasar el día fuera.
2) Hajime y Shimamoto se encuentran para ir a una casa de él en las afueras de la ciudad. Ella le lleva como regalo el disco de Nat King Cole, al Sur de la frontera, aquel que escuchaban cuando eran niños. Él conduce.
Me sabía de memoria cada curva, cada cuesta. Desde que entramos en la autopista, apenas había intercambiado palabra. Yo escuchaba a bajo volumen un cuarteto de Mozart, concentrado en la conducción del coche. Ella seguía con la mirada clavada al otro lado de la ventana, absorta en sus pensamientos. De vez en cuando se volvía hacia mí y me miraba fijamente, Cada vez que lo hacía se me secaba la boca y tenía que tragar saliva muchas veces para sosegarme.
3) Yukiko sabe que Hajime tiene otra mujer y lo confronta. La música sirve aquí a Murakami para crear el ambiente del silencio.
- Sí - dije -. No es un juego. Pero es un poco diferente a lo que estás pensando.- ¿Sabes tú lo que estoy pensando? - replicó -. ¿Crees de verdad que sabes lo que estoy pensando?Permanecí en silencio. No podía decir nada. También Yukiko enmudeció. La música sonaba a bajo volumen. Era Vivaldi, o Telemann. No podía recordar la melodía.- Dudo que sepas lo que estoy pensando - repitió Yukiko. Hablaba despacio remarcando bien las palabras, como cuando explicaba algo a las niñas- No lo sabes, seguro. Me miró. Comprendió que no diría nada, tomó el vaso de whisky y le dio un sorbo. Negó con la cabeza, despacio.- No soy estúpida, ¿sabes? Vivo contigo, duermo contigo. Hace tiempo que imaginaba que había otra mujer. Yo miraba a Yukiko en silencio.
Al hacer una rápida observación de estos tres fragmentos encontramos varias cosas en común: el silencio, el bajo volumen en que se escucha la música, las emociones de cada uno de los personajes. A esto hay que agregar lo Occidental: la música, el whisky. Pienso que es una obra de Vivaldi la que debía sonar en aquel momento, un oratorio tal vez. Siendo Murakami aficionado y conocedor de la música, en estos fragmentos en los que incluye un compositor del periodo clásico, Wolfgang Amadeus Mozart y tres del período barroco: Geörg Friedrich Handel, Antonio Vivaldi y Geörg Philipp Telemann, podemos llegar a la conclusión que no están ahí por azar. Su aparición tiene sentido, lógica.
Miguel Hernández Girón
Miguel Hernández Girón, escritor, periodista y docente. Maestro en Creación Literaria de la Universidad Central. Ganador de tres Premios Simón Bolívar en la Categoría de Mejor Programa Cultural Radial con la emisora HJCK. Autor del libro de cuentos "Todo el tiempo decimos".